La noche de ayer, el telón del Teatro Metropólitan se abrió para dejarnos ver una excelsa representación de El lago de los cisnes a cargo del Ballet del Teatro Ruso de San Petersburgo. Y quien escribe estas líneas no tuvo opción más que la de emprender, inspirado en tal demostración de virtuosismo y estética sublime, una reflexión acerca de la danza, la naturaleza y el arte mismo. A continuación, un poco de la historia que relata este clásico de Tchaikovsky, acompañada de las conjeturas surgidas, la cuales, se advierte, están cargadas de pretensión filosófica.
Primer acto
Primer acto
En una castillo real, un príncipe (Sigfrido) es gloriado por motivo de su cumpleaños. Su madre, la reina, le obsequia un arco, mismo que lo llevará a emprender una andanza por el bosque, sin saber que en realidad estaba siendo atraído por la fuerza del destino hacia un lago místico.
Qué es la danza, sino la mímesis humana (que por humana no le resta mérito al alcance de su perfección) de la naturaleza, expresada a través de la realidad del cuerpo.
En aquel paraje, Sigfrido presencia, fascinado, la aparición de un grupo de cisnes que, antes sus ojos, se transforman en bellas doncellas; entre ellas, Odette, la más hermosa de todas, quien le relata que son víctimas del encanto de Rothbart, un malvado brujo.
La divinidad de la vida se recrea en el movimiento arquetípico del baile. El espíritu imperecedero de la naturaleza, aquel que conforma la entraña de lo bello, se vuelve tangible a través de la disciplina del pensamiento corpóreo: la danza.
Las doncellas, vueltas cisnes de nuevo, emprenden una danza que las amalgama en su bello tormento. Sólo la verdad del amor de Odette y Sigfrido puede salvarlas.
Poesía y canto se recrean en el vibrar impecable de los cuerpos. Alas, agua y tierra son evocadas y recreadas en el escenario, pues tal demostración de virtud no cabe en las zapatillas de ballet.
Sigfrido, por petición de su madre, la reina, debe elegir una esposa. Así, en el palacio es ofrecido un gran baile. A éste acude una misteriosa y bella joven (Odile), acompañada de un oscuro caballero (Rothbart). Sigfrido es seducido rápidamente. El hechizo de los cines jamás será roto.
El porte, la fuerza y la psique son elementos en la danza que se hacen aún más evidentes en la interpretación de los solistas del elenco: hay una refulgencia en los ojos y una elegancia tácita en cada movimiento. Son las muestras del contacto con lo sublime: el arrobamiento estético.
Sigfrido, arrepentido, regresa al lago. Se encuentra con Odette. Aparece Rothbart y comienza una lucha. Sigfrido vence ayudado por el amor que entre Odette y él se ha gestado. La luz regresa al lago.
El gran acontecimiento que es la danza, en su condición de expresión corporal del pensamiento creador que es el arte mismo, demuestra que, contrario a la realidad cotidiana tangible, el espíritu sí puede triunfar por sobre la materia.
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